jueves, 9 de agosto de 2012

Sin billete de vuelta.

7 de la mañana y dos más que conocidos en una cama. Me siento y te miro, intentando grabarte así, tan natural y despeinado, con esa sonrisa traviesa que me susurra que me quede un rato. Suspiro por no escuchar un "quédate siempre", disimulo y me levanto; mi avión sale en dos horas.

Al menos tienes la gentileza de acompañarme hasta el taxi y cerrarme la puerta. "A Barajas" le digo al conductor mientras me atraganto con mi propia saliva. Cierro los ojos porque noto los tuyos demasiado fijos en mí y solo pienso en que estas semanas han sido como años.

"Pareces triste...Es una despedida, ¿verdad?"

Ese mugriento señor pregunta demasiado, y a los entrevistadores no nos gusta ser entrevistados. Sin embargo, a veces es más fácil hablar con desconocidos a los que les vienes importando una mierda y no van a perder segundos de aspirar nicotina por pararse a juzgarte. Le enseño tu foto y sigue preguntando, ahora que si creo en el amor. Ríe a carcajadas y me llama "maldita ilusa"; acto seguido empieza a hablarme de cómo es estar solo y de lo que llegó a odiar cualquier cosa de su ex-mujer que había adorado diez años atrás. Es en ese momento cuando mis piernas empiezan a temblar y el otoño llega a mis pestañas.

Aquí estoy, en la sala de espera del aeropuerto esperando tu llamada y tú en el piso, mirando por la ventana con el teléfono en la mano. "Suban a bordo todos los pasajeros, excepto uno". Realmente no sé si han dicho de verdad eso los altavoces o es fruto de mi imaginación pero estaba yo preguntándome que a dónde iba con tantas maletas si nadie venía a perseguirme, a impedir mi ida, cuando suena el móvil. No importa quien llama, pero no cabe tanto amor en estas maletas.

"Cierra los ojos y espérame acostado"

Me quedo, sin billete de vuelta.

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