miércoles, 5 de septiembre de 2012

Una especie de paracaídas.


Podemos volar, hacerle una jugarreta a la gravedad, desafiar borrascas, esquivar anticiclones, aprovecharnos del jet stream y allí, en las cumbres, encontrar un acogedor mar de nubes. Donde ningún trajeado nos recorte la ilusión y nos suba el pesimismo al 21%. Pasar de ser aire a ser agua, condensar, llegar donde nadie lo ha hecho. Provocar desbordamientos de emociones en esos corazones de caudal seco; sorprender y crear vida a nuestro paso. Volver a cruzar la base fronteriza  entre el añil del mar y el celeste de los cielos. Echo de menos volar, ahora quiero ser pájaro, emigrar por motivos de ocio. Infiltrarme en la laboriosa pero apasionante búsqueda del árbol desde donde se vean los atardeceres más rosados del planeta y por el que tener más de un descuido. Y luego ascender, ascender la troposfera, estratosfera y todas esas capas atmosféricas. Pedirle matrimonio a la Luna y cuidar de las estrellas como el mejor de los castigos.

Podemos conseguir que por una vez las utopías no sean imposibles, romper teorías y sentir. Sentirlo todo. Lo que pasa es que no queremos, que hay tristezas que enganchan y que no se debe perder el tiempo intentando hacer feliz a alguien que no quiere serlo.

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