Podemos volar, hacerle una jugarreta a la gravedad, desafiar
borrascas, esquivar anticiclones, aprovecharnos del jet stream y allí, en las
cumbres, encontrar un acogedor mar de nubes. Donde ningún trajeado nos recorte
la ilusión y nos suba el pesimismo al 21%. Pasar de ser aire a ser agua,
condensar, llegar donde nadie lo ha hecho. Provocar desbordamientos de
emociones en esos corazones de caudal seco; sorprender y crear vida a nuestro
paso. Volver a cruzar la base fronteriza
entre el añil del mar y el celeste de los cielos. Echo de menos volar,
ahora quiero ser pájaro, emigrar por motivos de ocio. Infiltrarme en la
laboriosa pero apasionante búsqueda del árbol desde donde se vean los
atardeceres más rosados del planeta y por el que tener más de un descuido. Y
luego ascender, ascender la troposfera, estratosfera y todas esas capas
atmosféricas. Pedirle matrimonio a la Luna y cuidar de las estrellas como el
mejor de los castigos.
Podemos conseguir que por una vez las utopías no sean
imposibles, romper teorías y sentir. Sentirlo todo. Lo que pasa es que no
queremos, que hay tristezas que enganchan y que no se debe perder el tiempo intentando
hacer feliz a alguien que no quiere serlo.
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