Yo creo que si nos arriesgamos, lo único que vamos a perder
es la cuenta.
Me acuerdo de nuestro primer beso, de tu segundo “quédate” y de
nuestra tercera cita. A partir de entonces empecé a perder la cuenta, y con
ella, la cabeza.
También supiste despojarme de mis miedos y mi ropa. He
perdido los nervios y los papeles y ya no quiero recuperarlos. Será que tengo
un buen perder o que, cosas que perder, no me quedan muchas.
Ya sé que no se puede perder lo que no se tiene, y que tener
es bastante simbólico. Por ahora, pactemos que tú te sigas perdiendo cada día
por los recovecos de mi cuerpo y que yo te siga confesando lo mucho que me
pierdes.
Perdámonos.
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